Vivimos acelerados. Llenos de pendientes, notificaciones y ruido, y aunque el cuerpo sigue corriendo, el alma a veces se queda atrás.

Ahí es donde entra la oración.

No es una obligación. Tampoco un ritual vacío. Es como una vitamina para el alma. Un espacio donde te reconectas contigo y con lo que de verdad importa.

Así como tomas algo para fortalecer tu cuerpo, la oración fortalece tu espíritu. Te centra. Te limpia por dentro. Te recuerda que no estás solo. Que sí hay propósito. Que sí hay dirección. 

No necesitas horas. A veces, unos minutos bastan. Un momento de silencio. Una palabra desde el corazón. Una intención clara.

La oración no resuelve mágicamente los problemas. Pero te cambia a ti.
Y cuando tú cambias por dentro, todo empieza a moverse diferente por fuera.

Por eso, en el fitness espiritual, la oración es nuestro suplemento esencial. Porque alimenta lo que no se ve, pero se siente. Y lo que se siente… termina transformando tu vida.